El lunes 29 de mayo de 2019, entre las 17:00 y las 19:00 horas, en la Biblioteca Sergio Larraín GM del Campus Lo Contador UC, se realizó la primera versión del seminario SDT de este año académico y la sexta del ciclo de seminarios, moderada por el academico Pablo Hermansen. Frente a un grupo de 10 académicos expuso su investigación Pelayo Benavides, psicólogo UC, con estudios de postgrado en Antropología Social en la Universidad de Massey (MA) y en la Universidad de Aberdeen (PhD). Actualmente trabaja en el Centro UC de Desarrollo Local (CEDEL) del Campus Villarrica UC, donde comparte con otros 12 investigadores una mirada ecosistémica respecto de los modos locales de habitar y hacer comunidades más-que-humanas. Luego de su presentación, abrió la discusión el académico de Antropología UC Felipe Palma, sociólogo de la misma universidad y PhD en sociología visual de la Universidad de Goldsmiths, e investigador del grupo de investigación Diseño y Cosmopolitica.
Benavides presentó “Relaciones humano-animal con depredadores protegidos en áreas precordilleranas del sur de la Araucanía”, donde describió y analizó un año de trabajo de campo–septiembre de 2014 a septiembre de 2015. Mediante su trabajo etnográfico multi-situado, que se desarrolló en diversas áreas rurales de la Región de la Araucanía –Parque Nacional Huerquehue, un área protegida privada y una pequeña granja cerca del Parque Nacional Villarrica–, logró reconocer y visibilizar un territorio o ecosistema social más-que-humano que se constituye de las relaciones entre entidades situadas en áreas discontinuas en su propiedad (privado o público) y tipo de uso (conservación o producción). Su relato, que creó en quienes lo escuchábamos una comprensión multidimensional de su ámbito de estudio, logró mantener un foco particular sin perder el contexto: el zorro, personaje central de su relato, prisma la complejidad del ecosistema en el que se inserta.
Mantuvo un motor narrativo subyacente, a saber, la conflictiva y siempre cambiante relación entre naturaleza y cultura. Sin fijar ni reducir la comprensión de naturaleza o cultura que las variadas entidades y comunidades involucradas desplegaban cotidianamente, Benavides describe las huellas materiales del conflicto entre estas dos ideas, los imaginarios que convocan y las éticas que sustentan. Para esto, las imágenes desplegadas fueron clave. Como vemos en las figuras 1, 2 y 3, éstas materializaban aproximaciones mutuamente inconmensurables.
Figura 1: Representación didáctica de inspiración científica de las relaciones alimenticias entre no humanos. El contenido aquí representado es un estándar en la explicación de los modos de relación entre animales, profusamente reproducido y usado.
Figura 2: Ilustración del zorro como cazador en un hábitat idealizado. Su mirada amenazante en el límite de la naturaleza lo representa como miembro y guardia de una naturaleza libre de la influencia humana.
Figura 3: Dibujo de un estudiante de enseñanza básica de la escuela local. En esta escena, el color hace del gato guiña y la gallina muerta protagonistas. El autor adopta la posición de un narrador externo, distante del gallinero recién asaltado y de los dos protagonistas de la escena, como cuando se ilustra una historia.
A su vez, huellas, imaginarios y éticas demuestran que el límite, conceptualmente limpio, entre naturaleza y cultura, no es un descriptor útil de lo que Benavides narra. La ilusión moderna de que es posible trazar una línea entre categorías no se materializa en una barrera o membrana unívoca, sino más bien en una serie de dominios en disputa, lugares y momentos mutantes compuestos de múltiples tensiones, las que en su mayoría se performan, no se enuncian. Quienes se encuentran en el ecosistema descrito son fauna silvestre, doméstica y especies invasoras (como jabalíes, visones, perros asalvajados o ciertos humanos); población mapuche, pequeños agricultores, turistas, funcionarios gubernamentales, entre otros; vegetación silvestre, introducida y productiva; sistemas de propiedad privada, estatal y cooperativa; técnicas de construcción de viviendas, de cercas para los animales domésticos, de producción de alimentos, de acceso selectivo a la propiedad, de comunicación y memora; legislación de conservación, derechos de explotación y consensos culturales ancestrales, todos reinterpretados cotidianamente para mantener el metabolismo social.
Esta diversidad es visibilizada por Benavides desde los conflictos entre el zorro (uno de los animales comprendidos como depredadores en el sector) y los pequeños agricultores que viven en las inmediaciones de áreas destinadas a la protección de la flora y la fauna, ya que allí los conflictos entre humanos y animales no domésticos tienden a ser más frecuentes y agudos. La frecuencia y diversidad de los conflictos, entre los que destaca la captura de gallinas domésticas por parte de zorros, pone en tensión y movimiento la constitución del (o los) nosotros. Este hecho, aparentemente simple para un afuerino, es un ejemplo de la complejidad de las relaciones entre quienes habitan este entorno, lo que obliga a Benavides a no generalizar, es decir a considerar cada intento de captura como un hecho único. Siguiendo lo presentado en esta investigación, pero sin la pretensión de jerarquizar ni ordenar, mencionaremos algunas de las varias dimensiones en juego.
¿Quiénes son los asaltados por el zorro? Mientras que los pequeños agricultores tenderán a situar el hecho como parte de su relación conflictiva con su entorno inmediato, miembros de la comunidad mapuche a la luz de su cosmología podrían ver al animal como un mensajero destinado a compensar la mala conducta de dueño de las gallinas, lo que le podría otorgar al zorro un rol trascendente. ¿Qué tan escasas son las gallinas para sus propietarios? Los pequeños agricultores suelen desarrollar una economía de subsistencia, lo que hace necesario a cada uno de sus recursos. En años malos, una gallina puede hacer la diferencia entre pasar hambre o no. ¿Cómo entró el zorro al gallinero? El error humano es asumido distinto que el ingenio animal, ya que este último obliga a repensar las técnicas de cercado o los hábitos de crianza. Repensar los cercos conlleva un esfuerzo costoso en tiempo y recursos, repensar los hábitos de crianza de animales domésticos suele implicar la pérdida del dominio sobre una parte del entorno, lo que conlleva una mayor tensión en el grupo. Ejemplo de lo anterior es el impacto en el dormir: si percibes que peligran tus gallinas, todo disturbio en el gallinero es señal de un nuevo posible ataque, lo que te obliga a dormir atento y levantarte constantemente a vigilar. ¿Cuáles son las prácticas de captura e ingesta del zorro? Un zorro que entra a un gallinero puede capturar, matar y llevarse una gallina o entrar en un frenesí y realizar una matanza masiva. Este tipo de captura suele ser leído como una agresión innecesaria, un daño gratuito, que demuestra la maldad del atacante. Al mismo tiempo, si el zorro no lleva su presa al interior del bosque y la devora en el patio donde la cazó, es una ofensa directa, el quiebre de un trato de convivencia entre humanos y animales, una muestra de degradación moral del animal. Como relata Benavides, para algunos de sus entrevistados esta maldad (matanza gratuita y malos modales en la ingesta) es señal de que el zorro ha perdido su pureza, su comportamiento propiamente natural. Con cierta consistencia, los entrevistados identificaron a los programas gubernamentales de protección y reinserción de animales como la fuente de la corrupción, comprendiendo al Estado como un generador de desorden, un ellos inconmensurable que amenaza su ecosistema de subsistencia imponiendo leyes y criaturas pervertidas. Por otro lado, el zorro puro, que caza animales considerados como plagas por los agricultores –como ratas o conejos– y que cuando captura una gallina se la lleva al bosque para comerla, es comprendido como fiel a su propia naturaleza. De hecho, algunos de los entrevistados por Benavides mencionaron como obvio que, al plantar o criar, hay que pensar en un extra, una parte cuyo destino es que se la lleve la naturaleza, encarnada en alguno de estas seres no humanos.
Consecuentemente, no parece pertinente defender que el límite que separa con precisión quirúrgica la naturaleza (a proteger) de la cultura (que protege) pasa por el medio o representa una línea media de la zona de relación entre depredadores y agricultores. Dicho de otra forma, las delimitaciones institucionales para la protección de depredadores no coinciden con, ni median las, situaciones en las que personas animales y humanas definen sus relaciones y constituyen su ecosistema. Concretamente, la agricultura de pequeña escala como forma de vida, cuyo sentido efectivo es su subsistencia sostenible, excede la lógica moderna. Cuando el Estado protege al animal lo hace pensando en la amenaza de la producción industrial a la idea institucional de naturaleza, por lo que sus acciones de protección suelen interferir la relación de subsistencia con que las comunidades rurales participan de su entorno.
El amplio espectro de las interpretaciones posibles de un hecho aparentemente simple, como es la captura de una gallina por un zorro, pone en cuestión la potencial utilidad que las categorías zorro, agricultor o gallina tienen para comprender los modos de relación entre quienes componen el ecosistema descrito por Benavides. No es posible predecir o determinar cómo se va a desarrollar el encuentro entre un zorro –o puma, o guiña, o peuco– y un ser humano sin considerar cuidadosamente las condiciones particulares de dicho encuentro. Más aún, la subjetividad de cada una de las entidades que se encuentran no depende de su especie, sino del contexto, de su rol contingente, sus modos de relación y la secuencia de acciones que despliega: las performances van definiendo ontologías, mientras estas constituyen cosmologías, es decir el entramado de las memorias colectivas sobre el transcurrir de las relaciones más-que-humanas que hace lo común y hacen mundos.